Mi biografía
Crecí en la hermosa Selva Negra, en Alemania, donde siempre he tenido una buena relación con la naturaleza, en gran parte una naturaleza formada por humanos. Mis padres ya de pequeño me iniciaron a caminar mucho, y cada vez más.
Al terminar el colegio, tuve que tomar decisiones sobre qué hacer con mi vida… No podía ser deportista: en las clases de deporte siempre había sido el peor alumno. Tampoco podía hacerme músico (y si me has escuchado cantar en algún escenario, sabrás por qué).
Mi padre me inició en la botánica, la astronomía y la técnica. Él era profesor ingeniero, y uno de los pioneros en dar clases sobre energía solar, así que muchos empresarios en ese ámbito han sido formados por él. De él aprendí mucho de lógica y ordenadores; yo le escribía algunos programas en su ordenador. Entonces, ¿algo de eso como profesión? Mi profesora de matemáticas del instituto quería que estudiara esa materia. Lo que pasa es que, en aquel entonces, me interesaban más las teorías de los grandes anarquistas, que algo que me convirtiese en elitista. Si lo hubiese hecho, quizás ahora estaría en alguna alta posición de renombre internacional, ya que puedo perderme en las matemáticas olvidándome de todos mis alrededores; eso me habría hecho insensible hacia el resto del mundo. Me habría perdido los aspectos más bonitos de la vida. Y nunca habría llegado a Ibiza...
Acabé trabajando varios años de… ¡espera!, eso te lo diré más tarde.
Estudié en Friburgo de Brisgovia Biología, Geografía y Etnología. Me especialicé en Geobotánica, Ecología, Etnología agropecuaria y Ecología cultural. Y por supuesto Etnobotánica.
En aquel tiempo, a menudo caminaba los 40 km hasta la casa de mis padres por paisajes estupendos, pocas veces acompañado por otras personas, siempre acompañado por mucha naturaleza. Y la universidad me contrataba para guiar caminatas geobotánicas.
Después de estudiar, hice una cosa fascinante que rompe con todos los estereotipos sobre lo que suele hacer un académico: fui a una granja en los Alpes suizos, viví en una romántica casita sin luz eléctrica en un paisaje estupendo, y trabajé con ganado bovino y caprino. ¿Qué te da más conexión con la Biología que cuidar animales en plena naturaleza? ¿Qué te da más conexión con la Geografía que caminar por la Tierra? ¿Qué te da más conexión con la Etnología que participar en la vida de la gente local? Se me despertaban recuerdos sobre la química del colegio cada vez que medíamos la acidez de los cultivos de bacterias para elaborar queso, utilizando la reacción con fenolftaleína. Pasé dos veranos allí, con gente muy bonita. Lo que más me costó fueron las despedidas y entender que había una vida después del verano alpino; me sentía tan en casa con la naturaleza, las cabras y la sencillez… Allí aprendí a hacer queso de cabra profesionalmente. Como el sótano tenía un microclima excelente y un chico me lo enseñó muy bien, el queso fue un gran éxito.
Pero, ¿yo en los Alpes, con mi vértigo patológico que me paralizaba? ¡Sí! Me enfrenté, y ya en el primer verano quedé sanado de ese sufrimiento.
Y ahora te confieso que antes de estudiar, trabajé unos años en la agricultura ecológica. Cuando estaba estudiando, en mis charlas y excursiones, a menudo hacía hincapié en la agricultura y ganadería. Hicimos una excursión universitaria al Macizo Central de Francia, y visitamos una cueva donde se maduraba queso roquefort. Durante mi época de estudiante, viajé a Ecuador (ida y vuelta en barco carguero), donde colaboré en la agricultura y ganadería en una comunidad indígena (de idioma quichua). Un compañero me enseñó a arar con yunta de bueyes. Después escribí mi tesis sobre la ganadería andina.
Estoy convencido: mi profesora de Geobotánica en la universidad debe parte de su sabiduría a un curso práctico agrícola al que asistió.
Seguí con trabajos parecidos en los veranos siguientes. Conocí muchos trabajos diferentes, mucha gente de todo tipo (incluso tuve como jefe un campesino muy divertido, que conocía mucho mejor que yo las obras clásicas anarquistas), y muchos productos de primera calidad. A veces (¡sorprendentemente no siempre!) la convivencia era un reto. Dos inundaciones espectaculares me mostraron las fuerzas de la naturaleza y los límites del poder humano, algo que me tranquiliza.
No se lo digas a los sindicalistas: muchas veces trabajaba 90 horas a la semana. Y eso con cabras es un trabajo exigente, un desafío, y precisamente por eso, satisfactorio. Uno de aquellos veranos perdí mi flauta metálica de Irlanda, me lamenté en varias cartas, y al poco tiempo tenía tres flautas. Así son las chicas.
Incluyo mis experiencias con la agricultura y ganadería en mis publicaciones. Después de varios veranos de trabajo en área romanche (un idioma minoritario influenciado bastante por el alemán), escribí una guía de conversación de ese idioma, que por lo general está presente en las grandes librerías de Alemania, actualmente en su tercera impresión.
A menudo reseño libros (p. ej. un gran elogio sobre un libro de una joven activista que vive sus ideales en el día a día, una crítica despiadada sobre un libro de un catedrático de biología que desprende información falsa a favor de la ingeniería genética).
Di clases de repaso, y me daba mucha satisfacción ver que los alumnos supuestamente menos dotados resultaban muy interesados, y aprendían con alegría (como yo mismo aprendo idiomas con alegría, sin tampoco tener un don).
Trabajé en una huerta ecológica cerca de Friburgo con un jefe muy agradable, que aun después de un granizo devastador, se quedó con buen humor.
Durante muchos años fui voluntario en el grupo regional de la ONG medioambiental BUND (la sección alemana de Amigos de la Tierra), un grupo muy activo que a veces me invitaba a dar charlas. Cuidábamos biotopos, ayudábamos a sapos en sus migraciones, participaba en la elección del personal e incluso fui yo líder de un subgrupo. Para evitar malentendidos: no es un grupo que denuncie a los políticos por no solucionar problemas, sino que trabaja en dichas soluciones él mismo.
Yo tenía una habitación llena de trastos, un gran ordenador y muchos libros. Al mudarme a Ibiza, regalé gran parte de mis pertenencias para estar más libre. ¡Qué desapego, qué alivio! Salí de una élite culta hacia una humanidad más heterogénea.
Es mucho lo que dejé atrás. Y me encontré: nuevos amigos, la cercanía del mar, una vida agradablemente sencilla en la naturaleza isleña… La vida que llevo ahora es menos cómoda, menos fácil, sin duda, y más aventurera. Tengo más retos. Tengo que hablar idiomas extranjeros: un gran enriquecimiento. Y así hago traducciones para otra gente.
Pero, ¿yo al lado del mar, con tanto miedo como para no atreverme a bucear de apnea? ¡Sí! Me enfrenté y el miedo se convirtió en una obsesión. Mientras tanto incluso tengo un carnet de buzo.
Ayudé a un amigo a montar una granja ecológica, y viví en un castillo sencillo en la naturaleza con cabras, gallinas y otra gente. En Ibiza a mucha gente le irrita que yo como persona culta lleve un estilo de vida tan sencillo. Les molesta que no quepa en sus estereotipos. Pero... si llevo mi riqueza dentro, ¿para qué tantos trastos? Por vivir en la naturaleza no dejo de ser un hombre con clase.
Por supuesto, sigo escribiendo para revistas. Por ejemplo, cuando en Ibiza me encontré enfrentado superficialmente con el tema de los coches eléctricos, me informé de varias fuentes y escribí artículos para revistas técnicas de medio ambiente.
Soy socio de la Cooperativa Integral d'Eivissa, reparo bicilcetas para otros y guío excursiones botánicas.
También soy socio de la Asociación Juntos en Ibiza, hago la redacción de la editorial de esa asociación, así contribuí considerablemente al libro "36 Semillas de Luz", el bestseller de Ibiza del año 2013.
Gereon Janzing